Entre dos colectivismos: Macron o el Leviatán.
Sobre lo que representa Marine Le Pen y sobre la perspectiva liberal al respecto.
Alea iacta est, lunes 24 de abril: Emmanuel Macron y Marine Le Pen pasan a segunda vuelta en las presidenciales francesas. Y aunque quizá a nadie esto le parezca una novedad dado que el progresista Macron y la ultraderecha Le Pen iban a la cabeza de las presidenciales del país galo, considero oportuno destacarlo por las implicancias previsibles que sucederían con posterioridad en el resultado de la segunda vuelta.
Esta es mi postura al respecto, y no va a gustarle a la mayoría de los lectores, ni tampoco es mi deseo encantar falsamente a los lectores ni engañarlos cuando la realidad está en juego, especialmente cuando los principios y la honestidad liberal deben primar sobre todo: ninguno de ambos candidatos es el ideal, ni siquiera cercano al liberalismo, pero, con amplísima diferencia entre ambos, Marine Le Pen es lo más terrible que le puede pasar a Francia, tanto económica como políticamente. La comparación entre ambos es tan abismal que Macron y Le Pen son como el gul y el Leviatán respectivamente: el primero es simplemente un falso profeta de la libertad, en la misma constante necrófaga que busca vivir a expensas de la sociedad a través del Estado, usual en los políticos quintarepublicanos de las últimas décadas, así como mantener la idolatría a la nefasta Unión Europea, es decir, no se podría esperar más de un clásico colectivista de la izquierda moderada europea; sin embargo la segunda es la mezcla entre el autoritarismo mesiánico y el proteccionismo de Mussolini –aunque Mussolini era lo que se entendería en italiano como una “bella figura”, con fuerza y portento capaz de cautivar masas, Marine Le Pen no cautiva a nadie ni teniendo a su hermosa sobrina al lado- y el socialismo de Salvador Allende, tan destructivo económicamente como represivo políticamente.
Estoy seguro que los jóvenes idealistas encantados de Donald Trump han visto confianza, optimismo, firmeza y cambio político en sus propuestas. Pero la retórica no lo es todo y no debemos guiarnos de ella, es solo lo superficial: sus propuestas sobre el régimen migratorio, reducción del Estado del Bienestar, política exterior no intervencionista y algunas medidas económicas relativamente liberales han sido sus potencialidades. Trump a la postre está cumpliendo sus propuestas en la medida de lo posible aunque en otras como el intervencionismo militar aparentemente no los está cumpliendo como se esperaba. Tampoco es que me agradaría ver a un Estados Unidos en constante pasividad, similar a la histórica Old Right americana o la secta libertaria americana, mientras los enemigos de la vida y la libertad decapitan inocentes en Siria o reprimen a todo un país en Corea del Norte. Quizá lo que más temería de Estados Unidos es que vuelva a cometer los mismos errores que tuvo en la Guerra de Corea (50-53), Nam (55-75), Irak (2003-11) o Libia (2011), contextos que si bien es cierto comenzaron bajo el espíritu y leitmotiv de la libertad, la democracia y el capitalismo, acabando con las tiranías que asolaban esas regiones, las políticas de guerra de Estados Unidos terminaron siendo secuestradas por el culto al colectivismo que Ayn Rand tanto denunciaba en vida, dirigiendo a sus militares y sociedad al matadero porque la política primó sobre el individuo. Estados Unidos, como cualquier país o sociedad, puede arrogarse bajo su potencialidad militar y su capacidad de guerra toda responsabilidad de liberar a los pueblos de cualquier régimen opresivo que se cierne o yace impunemente, sin embargo no puede acabar con el individuo en su fin de liberarlo, y ese error fue la semilla de la derrota que no debe repetir otra vez.
Donald Trump generó un fenómeno fantástico que tenía un trasfondo real: acabar ideológicamente con el correctismo político, acabar con el Big Government de asistencia universal, y reducir el peso del Estado al individuo común. Evidenció su grave error del proteccionismo arancelario pero aún así no ha llevado a cabo tal política, no aún, y esperemos que no sea así. En cambio Marine Le Pen es todo lo contrario excepto por el rechazo al correctismo político: adora, como buena francesa heredera de Rousseau, el Estado Leviatán, y mientras más Estado, mejor. Ella es el Leviatán, el dragón que escupe fuego sobre los civiles con tal de hegemonizar su poder. Es capaz de aplastar al individuo con tal que su “revolución a la francesa” –la colectivista y amante del gran Estado, desgraciadamente- se aplique. Marine Le Pen adora los impuestos y los controles comerciales, detesta el libre mercado, ama el régimen socialdemócrata del Estado del Bienestar a gran escala en una nación asfixiada por ese mismo régimen, desea la ansiada moneda única que acabaría de una vez por todas con la estabilidad del Euro para atribuirse luego la potestad de jugar con el dinero de la sociedad, y finalmente es el típico socialista que detesta a lo que ellos llaman arbitrariamente “ricos” para posteriormente exprimirlos en beneficio de lo que ellos llaman arbitrariamente “pobres”. Marine Le Pen no es peor que su padre o sobrina Marion, porque ellos son abiertos enemigos de la libertad, pero tampoco es mejor que ellos sino muy similar a ellos. Marine pertenece a la casta política que siempre ha creído que Francia es para los franceses, pero no en el sentido “American First” de su aliado Estados Unidos donde el individuo de la nación importa sino en el sentido de una Francia socialista, redistributiva y controladora, con una identidad nacional exacerbada hacia la xenofobia explícita. Marine Le Pen desea lo inversamente proporcional a Napoleón, cerrar a Francia del extranjero porque estúpidamente en el mundo se repite el mantra izquierdista antiglobalización (ese mismo que los socialistas en los 90’s atacaban, hoy en día y por desgracia ciertos liberales y libertarios atacan estúpidamente, puesto que confunden mercantilismo/multiculturalismo impuesto global con libre mercado e integración global espontánea).
En el caso de la Unión Europea, ente burocrático que a mi parecer es el parásito de Europa, aún se puede destacar cierta necesidad de mejorarlo, reduciendo su burocracia y sus motivaciones socialistas, buscando ser un ente que comprometa a las demás naciones a una libertad de movimientos y nacionalidades. Sin embargo esa tarea solo está destinada a los liberales para el futuro. Por ahora la pugna sobre la Unión Europea tiene dos frentes: el pro-europeísta y el euroescéptico. Y Le Pen pertenece al segundo. Las motivaciones de Le Pen sin embargo no son las mismas motivaciones liberales que un carismático y agradable Nigel Farage, ni siquiera pensarlo, sus motivaciones no pasan de ser de carácter socialista y fuertemente proteccionista, que económicamente desangraría –más- a Francia y los franceses en el futuro luego de una salida francesa del ente unioeuropeísta. La pseudo-reducción de impuestos no llega a ser ni siquiera suficientemente fuerte como para crear un verdadero convencimiento: buscar acabar con retenciones y reducir ciertos impuestos para los “pobres” aumentando impuestos para “ricos” y creando impuestos intermedios, así como presionar más fiscalmente mediante el Estado no tiene nada de halagador sino de contradictorio.
En cuestiones estatales sobre educación, identidad nacional, Estado del Bienestar, asistencia social, subsidios, mercado laboral, control crediticio bancario, desarrollo institucional público, y demás, Marine Le Pen apunta al Big Government, que no tenía nada que envidiar al excandidato socialista radical en primera vuelta Jean-Luc Melenchon.
Desde el ámbito de la inmigración, la Unión Europea ha sido una enemiga de la cordura, dejando entrar infelizmente a cualquiera que se movilice en dos patas sin importar su cultura, religión, dogma o incluso su pasado. Porque hay algo sumamente cierto: los países en conflicto, que son de mayoría islámica, poseen en su mayoría los peores individuos de la tierra, aquellos que no han conocido la palabra Derechos Humanos, Imperio de Ley, tolerancia, entre otras exclusividades occidentales. No es seguro si la UE con sus políticas inmigracionistas quiso quedar como tolerante ante el mundo o como un ente que quiso ganar el Récord Guiness a la estupidez. Lo que es seguro es que sus políticas han causado solo muerte y desdicha (Colonia 2015, Niza y Bruselas 2016, Estocolmo 2017, barrios No-Go, aumento de la criminalidad, etc). Incluso en estas últimas elecciones se ha tenido que poner a los militares en las calles para evitar otra desgracia multitudinaria.
Siendo benevolente con Marine Le Pen, su mano firme contra el descontrol migratorio y su política de seguridad son sus únicas cartas buenas. Y entre ambas, la mejor carta es la efectividad policiaca, esa que se había perdido en Francia por las políticas descontroladas de inmigración y falsa tolerancia. Pero no basta con ello: el control responsable de armas en la población no está en su propuesta, y sus políticas de acabar con la Eurozona bajo un control estatizado de la inmigración no es lo ideal.
Quizá Marine Le Pen sea el referente para todos los nuevos liberales que están cansados del discurso de la izquierda, ese discurso multicultural y tolerante con lo intolerante, pero Marine representa el mismo discurso de la izquierda cuando busca más Estado y menos libertad, mercado e individuo. Mi posición al respecto es: prefiero mil veces a un Macron en el poder como mal menor que ver cómo Francia retrocede hacia las mismas políticas demagógicas del socialismo.